Grabado de portada Nicolás Zulberti - Colectivo Glauce Baldovín, Río Cuarto, 2023. Edic. única de 50 ejemplares, firmados por el autor.
En sus libros siguientes –“Una música anterior”
(2010) y “Lo que pudo ser” (2018)- el poeta ahonda este diálogo valiéndose de
un lenguaje que, a veces, se convierte en «piedra ciega» cuando las cosas
reclaman «su nombre propio» y lo obligan a descreer y situarse «a la altura del
zócalo / para darse una visión del mundo». Una visión del mundo tan rigurosa
que el poema resulta un pentagrama que puede leerse y escucharse con sentido
único. Una música anterior que en esta pequeña joya poética que es “Paltas (Y
otros poemas)” suena con nitidez.
El libro, con ilustración de portada a cargo de
Nicolás Zulberti, cuyos danzantes parecen escapados de “La danza”, de Henri
Matisse, precisa la poética de Di Marco hasta el punto de inducir al lector a
pensar que su cometido es el lenguaje. Pero, en una reciente entrevista[ii],
el mismo poeta da la clave al confesar su admiración por el filósofo Ludwig
Wittgenstein. José Di Marco no habla del lenguaje. Como en sus libros
precedentes, José Di Marco trata del mundo vuelto “una sala de terapia
intensiva”, y revela el perenne diálogo entre la existencia y los existentes
“haciendo nada más que poesía”, que es la expresión más radical del lenguaje.
Un lenguaje que al asumir la fragilidad y las debilidades humanas no puede
evitar en su decir los efectos -la malversación de las palabras, la confusión
de los sentidos, la falsificación de la verdad, la violencia de las bestias,
etc.- de “una lengua en estado de quiebra”, que nos hace vulnerables y fugaces,
“un texto lábil, que cada uno escribe a su manera”.
Y es así como aparecen los paisajes extraños, acaso
los mismos que percibe ese perro de ojo lastimado, que se muestran como vías de
escape y confusión –“un mapa trazado con los pliegues del silencio y la
desdicha”- de un mundo que, al ser mal dicho, se ha vuelto inhabitable
obligando a que cada uno se hable “para adentro con el hueco que somos”.
Sí, nos dice el poeta, en este mundo somos “criadores
de ojos”, una suerte de Prometeos encadenados a la roca de una realidad
exponiendo los hígados –“la noche transitoria”- al poder insaciable que devora los
sueños y las visiones. Es el punto donde todo se desvanece. Hasta la escritura
que sustenta el poema, hasta la lengua del amor, esa lengua que todos hablan y
nadie entiende, tal vez porque sus signos y sus sentidos escapan del mundo, de
la lengua en quiebra. Y, al cabo, hablamos solos en una casa abandonada, en un
mundo deshabitado, donde apenas persisten los recuerdos de un padre, de una
madre, de un hijo, de una pareja que danza desnuda con los ecos de una “música
anterior” al latido de sus corazones. En esto consiste el desamparo del yo, que,
despojado de emocionalidad romántica, traspasa los límites biográficos para
trascender al yo común que nos concierne como especie angustiada por la
extrañeza existencial. Es este yo desnudo quien explora la tierra de nadie del
lenguaje, sus territorios fronterizos donde campean las últimas luces de
sentido que alumbran las metáforas de lo imposible. Esta es la naturaleza del
yo poético que sustenta la poesía de José Di Marco.